Muchos se sorprenderían y posiblemente se tirarían
jarros de agua por la cabeza si supiesen que la torre Eiffel debería ser hoy un
monumento propio de Barcelona. En efecto, parece ser que Gustave Eiffel vino a
Barcelona para exponer al ayuntamiento su proyecto y este lo rechazó por
considerarlo una barbaridad arquitectónica.
Nos situamos en 1988, año en que la ciudad condal
acogió la conocida Exposición Universal, donde personas de todo el mundo venían
a exponer su nuevas ideas, sus nuevas creaciones y sus nuevos descubrimientos.
Era, la cuna de la innovación. De la misma manera que en 1951 Londres construyó el
Crystal Palace para su Exposición Universal, Barcelona no podía ser menos y
debía también construir alguna arquitectura emblemática que recordase el
acontecimiento.
Los que saben, afirman que la torre debía ir en el
Paseo de San Juan, pero tras la negativa, decidieron eso sí, construir un arco
de triunfo diseñado por un arquitecto catalán. Todo sea por la patria (lo digo
de manera irónica).
Efectivamente, se decidió construir un arco de
triunfo que no era más que un arco de estilo neomudéjar (todo lo que es
"neo" ha aportado muy poco a la historia del arte; ya que es una
copia) en vez de una torre que años y años más tarde se convertiría en lo más
emblemático, lo más visitado y lo más rentable que ha tenido Paris en toda su
historia.
Fue entonces en 1989, cuando Gustave Eiffel decidió
probar suerte y presentar su proyecto al ayuntamiento de Paris en motivo de su
propia Exposición Universal. Estos aceptaron y finalmente la torre se
construyó. No obstante, cabe decir que inicialmente a los parisinos les pareció
también una barbaridad aunque con los años se acostumbrarían y irían
cogiendo cariño a la torre.
Dicen que en la vida el tren pasa sólo una vez. Subirse o no subirse ya
es decisión de cada uno. Pero frecuentemente, uno debe aventurarse porque en
caso contrario, las pérdidas pueden ser espantosas...
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